Aparece durante la gran explosión publicística producida durante el reinado de Carlos III, el diez de octubre de 1786, con el título de Correo de los ciegos de Madrid, titulándose así por ir destinado a la venta callejera (aunque también se difundió a través de sucripciones), lo que se ha considerado como una nueva innovación de Francisco Mariano de Nipho, al que algunos de los estudios consideran su fundador, aunque otros no lo creen así, dado el carácter progresista de la publicación. Con la leyenda “obra periódica en la que se publican rasgos de varia literatura, noticias y los escritos de toda especie que se dirigen al editor”, en abril de 1787 cambia su título a Correo de Madrid. Mientras que Pedro Gómez Aparicio lo califica de “anodino”, María Dolores Sáiz le otorga especial interés por sus artículos dedicados a la divulgación de la actualidad literaria, económica, científica y técnica, señalando la gran innovación que suponen sus críticas contra las estructuras económicas, políticas, institucionales y sociales del Antiguo Régimen, en forma de cartas o discursos, inscribiéndose en la tradición del periodismo crítico, que denuncia la injusticia, la desigualdad, la intolerancia y el oscurantismo, y estando aliado con los sectores progresistas ilustrados.
El responsable del bisemanario, que salía los martes y viernes, y que, desde 1790, pasó a semanal, ha sido identificado como Antonio de Manegat, siendo sus principales colaboradores el médico y poeta Manuel Casal, con el seudónimo de “Lucas Alemán y Aguado”,; el ilustrado radical Manuel María Aguirre, con el seudónimo de “Militar Ingenuo”, y Cayetano Cano. En el Correo de los ciegos -como siempre fue conocido- José Cadalso publicó sus Cartas marruecas, y en el también colaboraron Juan Pablo Forner, Tomás de Iriarte y Juan Meléndez Valdés, entre otros. Y compitió con Diario de Madrid, de Santiago Thevin.
Primero en números de cuatro páginas, que después aumentaría en ocasiones a ocho, a partir de agosto de 1787, y siempre a dos columnas, apareció con el objeto de “fomentar el gusto por la lectura generalmente en todas las clases del Reyno por un medio curioso y deleitable”. Le dedicó especial importante a los artículos literarios, tanto los de divulgación (fue difusor de la literatura neoclásica) como a las composiciones poéticas, las fábulas, los cuentos y las cartas; también a los de teatro, con comentarios y críticas de los lectores sobre obras dramáticas, sus autores, directores de escena y actores; así como a los de historia, economía, derecho, política, religión y moral, y a otros de carácter útil, curiosos y técnicos, generalmente extractos de otros periódicos españoles y extranjeros. Incluyó un amplio espacio para la correspondencia de los lectores, y son también destacables sus artículos sobre crítica social y de costumbres.
Desaparece el 24 de febrero de 1791, al dictarse la Real resolución de ese día, inspirada por Floridablanca, que decretó la suspensión de todos los periódicos, excepto los oficialistas Gaceta de Madrid y Mercurio de España y Diario de Madrid. Salió de las prensas de la Imprenta Real y de Josef Herrera, entre otras.