Primer periódico de afiliación carlista, que aparece exactamente seis meses después del conocido “abrazo” de Vergara entre Espartero y Maroto, que había dado fin a la primera guerra carlista (1833-1839), y que comienza a publicarse el uno de marzo de 1840. “No puede haber sociedad sin religión, ni puede haber más de una religión verdadera” es la primera frase que aparece en su primer número, lo que da idea de la ideología que sustentará este periódico católico militante, representante del absolutismo teocrático, y que aunque señale que “no tendrá ningún color político”, al poco tiempo de su aparición se dedicará a divulgar artículos y documentos de matiz legitimista, mostrándose partidario del conde de Montemolín, primogénito del pretendiente don Carlos, como consorte de Isabel II, al igual que el resto de los periódicos de la misma cuerda ideológica que se editan en este periodo.
Se subtitulará “periódico religioso y social, científico y literario, dedicado a todos los españoles, y con especialidad al clero, amantes de la religión de sus mayores y de su patria”. Aparecerá en números de ocho páginas y foliación continuada anual, con una frecuencia diaria, aunque después hará una edición conjunta para sábado y domingo, e insertará artículos de fondo sobre religión católica, sus dogmas y relaciones sociales, pero también secciones de crónica política, extranjera y del reino, generalmente con noticias extractadas de otros periódicos, crónica parlamentaria o de Cortes, así como una dedicada a Madrid, noticias oficiales (decretos, reales órdenes, circulares, etc.), bolsa de Madrid, un boletín eclesiástico y una gacetilla devota, variedades y anuncios, que a veces ocuparán la última plana completa, de bibliografía y de tipo comercial, etc.
Del 5 al 23 de mayo de 1852 dejará de editarse tras la publicación de un nuevo decreto de imprenta que restringe la salida de periódicos de carácter político y religioso, y el 24 de mayo reaparece bajo el título de La voz de El católico, subtitulado “”periódico científico y literario”, hasta que el 25 de diciembre de ese mismo año recupera su cabecera original.
Su director fue Manuel Santiago Moreno y Sacristán, entre sus colaboradores estuvieron los sacerdotes Juan Gonzalo Medel, Domingo Hevía, Antolín Monescillo y Viso, y los seglares Agustín Blat y José María Cuadrada. Contó con imprenta propia, varió su formato, fue compuesto a dos y tres columnas, y entre sus editores responsables aparecieron F.F. Fernández, José Lumbreres y Gregorio María de Pantojall. Este lo pudo estar dirigiendo durante su cambio de cabecera.
Dedicado de manera más especial, según el propio Jaime Balmes, a los temas católicos que La esperanza (1844-1874), el otro correligionario absolutista que pronto se había convertido en el más importante órgano de prensa del carlismo en su lucha contra el liberalismo, El católico, que después se subtitulará “periódico religioso y monárquico” y llegará a sortear el bienio progresista, desaparecerá el 14 de agosto de 1857, víctima, entre otras causas, de la nueva ley de imprenta del unionista Cándido Nocedal, considerada como la más restrictiva del reinado isabelino.