Para Gómez Aparicio (1974) es la revista que representa la “cumbre” o “quintaesencia” de la Generación del 98, que había tenido un antecedente poco antes en la europeísta revista Juventud (1901-1902) y que estará frente al bastión del antimodernismo representado por la fundada por Juan Valero de Tormos (1842-1905) con el título Gente vieja (1900-1904). En la fundación de Alma española intervendrá un “grupo de jóvenes escritores” que “ya habían tomado sus posiciones” y que en esta aventura periodística serán apadrinados por Benito Pérez Galdós (1843-1920), quien escribirá el artículo de presentación en su primera entrega, de ocho de noviembre de 1903, bajo el título “Soñemos, alma, soñemos”. Aparecerá sin indicar nombre de fundador o director, pero Patricia O’Riordan, en el prólogo a la edición facsímil de Alma española, editada en 1978 por Turner, señala que su primer director literario debió ser José Martínez Ruiz (1873-1963), que hasta 1905 no usará el seudónimo Azorín, acompañado, principalmente en esta tarea por Ramiro de Maeztu (1875-1936), Pío Baroja (1872-1956) y Luis Bonafoux (1855-1918), siendo el exdiputado Gabriel Ricardo España quien fuera su financiero y director administrativo, que también editará y dirigirá Revista política parlamentaria (1899-1918).
Si Paniagua (1964) ya había dicho que fue elaborada por unos escritores con unos propósitos claramente regeneracionistas y califica su publicación de “rebelde y liberal”, O’Riordan redunda al describirla con ese propósito regeneracionista, pero añadiendo que fue “una revista de lucha” y “clave para captar la ‘sensibilidad vital’ de la España radical y reformadora en un momento de aguda crisis política e intelectual”, envuelta en esa preocupación que fue típicamente noventayochista, como era el “problema de España”, convertido en el tema central de sus preocupaciones, tal como señalan Seoane y Sáiz (1996). Asimismo, Celma Valero (1991) destaca la “acusada orientación político-social” de sus contenidos. Siendo además una revista redactada por escritores, O’Riordan dirá que pretendió tener “la amenidad y actualidad de una revista ilustrada junto con la intención seria de una revista comprometida”, además de revelar “una orientación significativa que arroja luz sobre el estado inestable de las varias corrientes literarias de la época”.
Lo primero que resalta visualmente de la revista es su cabecera enmarcada en la bandera rojigualda española impresa a dos tintas y una ilustración a todo color de militares en su contraportada, desapareciendo este elemento a partir de su octava entrega, de 27 de diciembre de 1903, y la bicolor en su número 17, de seis de marzo de 1904. Editada en papel de calidad y con una cuidada presentación tipográfica, sus entregas semanales empezaron a ser de doce páginas, compuestas a dos y tres columnas, y junto a sus textos y como “revista ilustrada de tipo completamente original”, como indicará su subtítulo a partir del número 17, inserta fotograbados de actualidad y retratos, de reproducciones artísticas y de dibujos, y entre estos, caricaturas y viñetas humorísticas de carácter político. Sus páginas dan cabida a artículos de política nacional e internacional y de temas sociales y de economía, de literatura, arte, música o filosofía, a crónicas y reportajes, incluso de sucesos, a gacetillas y a alguna necrológica, a la crítica teatral, a una prolongada encuesta y a destacadas secciones, como una autobiográfica, o la dedicada al “alma” de las distintas regiones españolas. Ofrecerá poco espacio a la creación literaria o a la poesía, y bajo sus textos aparecerán los nombres de casi un centenar de escritores, “todos los de la Generación del 98, sin excepción, sus grandes y pequeñas figuras”, dirá Gómez Aparicio.
Entre sus primeros redactores fijos se encuentran los citados Bonafoux y Maeztu, autor este de crónicas políticas o reportajes como el dedicado a Bilbao, con fotografías de Marcoartu; y Martínez Ruiz, que publica artículos de crítica teatral, con dibujos de Sileno; así como Manuel Carretero, que será el autor de un reportaje social titulado Los niños abandonados, ilustrado con fotografías de actualidad de Company; y entre sus colaboradores, Manuel Bueno, Claudio Frollo o Emilio Bobadilla, que firma con el seudónimo Fray Candil, así como Joaquín Dicenta, autor de un reportaje sobre las Minas de Almadén, con fotografías del danés afincando en Madrid Christian Franzen y Nissen (1863-1923). Publicará reportajes, foto-reportajes y crónicas de la guerra ruso-japonesa. Rubén Darío da a luz en sus páginas a Cantos de vida y esperanza. También colaboran Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle Inclán, C. Bernaldo de Quirós, Enrique de Mesa, Vicente Pereda, Miguel Sawa, Francisco Acebal o Luis Bello. La escasa poesía que inserta tendrá carácter burlesco, de autores como Juan Pérez Zúñiga, Carlos Luis de Cuenca o Luis de Tapia, pero asimismo aparecen algunos versos de Vicente Medina. Publica un texto de Friedrich Nietzsche y estudios críticos de otros autores extranjeros.
Una de sus principales secciones fue la dedicada a revelar el “alma” de las distintas regiones españoles. Juan Maragall escribirá sobre la catalana; Miguel de Unamuno, sobre la vascongada; Emilia Pardo Bazán, sobre la gallega; José M. Pereda, sobre la montañesa; Santiago Alba, sobre la castellana; Antonio Royo Villanueva, sobre la aragonesa; José Nogales, sobre la andaluza; Vicente Blasco Ibáñez, sobre la valenciana; Francisco Abascal, sobre la asturiana, o Vicente Medina, sobre la murciana. La serie autobiográfica bajo el epígrafe Juventud triunfante –con alguna variación y que Paniagua denomina como la más peculiar-, la inaugura el propio Martínez Ruiz y pasan por ella Valle Inclán, Maeztu, Jacinto Benavente, Alejandro Sawa, Arturo Reyes, José Francos Rodríguez o los hermanos Álvarez Quintero. A esta sección suma otra de Celebridades españolas, con semblanzas de personalidades españolas (escritores, artistas, intelectuales o científicos), con retratos del estudio fotográfico de Franzen.
En la encuesta que comienza a publicar a partir de su segunda entrega, teniendo como eje central las causas del “desastre” del 98 y el “porvenir” de España, intervendrán políticos como Francisco Silvela, Eduardo Dato, Nicolás Salmerón, Álvaro Figueroa (conde de Romanones) o Pablo Iglesias; intelectuales como Joaquín Costa, Francisco Giner de los Ríos, Miguel de Unamuno o Pedro Dorado Montero; escritores como Emilia Pardo Bazán o Vicente Blasco Ibáñez; científicos como Santiago Ramón y Cajal o Leonardo Torres Quevedo; militares como el general José López Domínguez o el almirante José María Beránger; periodistas como José Ortega Munilla o Salvador Canals, o artistas como Mariano Benlliure.
Otras secciones son Visto y leído, en la que se glosan semanarios, siendo su autor José Francés; así como una serie sobre directores de periódicos, dándole sólo tiempo a dedicarla a Miguel Moya y José Ortega y Munilla; y otra de noticias bajo el epígrafe España nueva. También inserta anuncios publicitarios, algunos sobre libros.
Entre sus ilustradores se encuentran los dibujantes Tovar, Sileno, Karikato y F. Verdugo, autores de sus caricaturas políticas y dibujos humorísticos; Sancha Lengo, de unas tiras cómicas; Ricardo Baroja, de unos retratos, y Estevan llevará a cabo dibujos a color, con pies de texto de Gómez Núñez. También llegará a tener una sección dedicada a caricaturas y dibujos humorísticos extranjeros. Entre sus fotógrafos, además de Franzen o Camacho, Company será también el autor de unos retratos de los “jefes de los partidos” y algunas reproducciones artísticas llevarán la firma de Laurent. Como fotograbador aparece el nombre de A. Ciaran.
En su muy corta e intensa vida, Alma española pasaría por diferentes vicisitudes. Siguiendo el análisis realizado por Celma Valero, a partir de su sexta entrega, de 13 de diciembre de 1903, se irá incorporando la “gente” de la modernista y literaria revista Helios -que sólo iba a tirar once números, desde abril de 1903 a febrero de 1904-, como es el caso del propio Juan Ramón Jiménez, que la había promovido. También se incorporan a partir de ese número Manuel Machado y Jenaro Alas; a partir del número 7, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala y Alejandro Sawa; en la página 11 del número 8 publicará el programa de la revista; con el número 9 se incorpora Gregorio Martínez Sierra, que se convierte en redactor fijo; y con el número 11 (de 10 de enero de 1904), Jacinto Benavente, así como José Francés, Edmundo Abel, Viriato Díaz Pérez, Santiago Pérez de Triana o Carlos Navarro Lamarca. A partir de esta entrega aumenta hasta las dieciséis páginas.
Desde su décima cuarta entrega, de siete de febrero de 1904, los primitivos colaboradores habituales de Alma española irán abandonado sus páginas al tiempo que en ellas empezarán a predominar sus contenidos literarios. En la entrega 17, de seis de marzo de 1904, que Celma Valero la califica de “transición”, desaparecerá la bandera española de su cabecera y adoptará el subtítulo “revista ilustrada de tipo completamente original”, y hasta la número 20, de 27 de marzo, irán desapareciendo, aunque no del todo, las firmas procedentes de Helios. O’Riordan señala que estos números del 14 a 20 llegan “a ser como una vulgarización” de esta revista. Alma española no aparecerá el tres de abril, y cuando lo haga el dieciséis de ese mes adopta de nuevo la bicolor en su cabecera, aparece por vez primera la indicación de un director, el abogado y ateneísta Alfonso Ruiz de Grijalba, y reaparecen sus escritores primitivos (Maeztu, Bueno, Carretero o Dicenta), pero “ahora más combativos”, adoptando la revista una orientación social y política más radical.
En estas últimas tres entregas (21-23), que de nuevo vuelven a ser de doce páginas, “el tono se hace cada vez más anarquista y anticlerical”, alcanzando la última de ellas “una cima de intensidad, con ataques violentos” contra el entonces presidente del Consejo de Ministros, el conservador Antonio Maura, por los cuales seguramente fue denunciada y tal vez prohibida. En la entrega 22 habían coincidido Unamuno, Baroja, Maeztu, Benavente, Martínez Ruiz, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez o los hermanos Machado. La 23 y última es de 30 de abril de 1904. Para Gómez Aparicio, Alma española será la última revista “auténtica” de la Generación del 98, dirigida a un amplio público –según Celma Valero- y cuya acogida sería “excelente”. En su cuarta entrega indicó que su tirada alcanzaba los 70.000 ejemplares, y en la décimo cuarta, 60.000, cifras que para O’Riordan deben ser consideradas de “absoluta confianza”. Fue una revista de corta vida, pero que dejaría “una profunda huella”, tal como señaló Paniagua. Además de las referencias bibliográficas citadas, en concreto la de O’Riordan, que publica también unos índices de la revista, se encuentran otras en Guillermo de Torre (1941), García Ochoa y Espegel (1988), Mainer (1999) y Rodríguez Moranta (2013).