Se trata de uno de la casi media docena de periódicos con una doble naturaleza, por un lado con un carácter corporativista militar y, por otro, político, que coincidieron durante la Restauración, y que en este caso alcanzará una larga vida y gran influencia en las salas de banderas, hasta su desaparición definitiva en 1932, en plena construcción de la II República española, pero carente ya su título del adjetivo militar. A partir del uno de noviembre de 1877, aparece en días alternos como periódico de la tarde de noticias generales del Ejército y la Armada. Su fundador y primer director es Emilio Prieto y Villarreal (1840-1911), comandante de Caballería afín al Partido Republicano Progresista, que tuvo que abandonar el ejército tras su participación en la sublevación de los generales Villacampa y Melero inspirada por el líder republicano Manuel Zorrilla el 19 de septiembre de 1886.
En números de cuatro páginas y compuesto a cinco columnas, con una estructura formal similar a los periódicos de información general de la época, a finales 1887 adopta ya una frecuencia diaria. Inserta abundantes artículos de fondo, apuntes y notas políticas, crónicas parlamentarias, disposiciones oficiales, información sobre el movimiento del personal de los cuerpos militares, noticias generales de España y del extranjero; dará cuenta de la programación de espectáculos e información de teatros (y más tarde, también de deportes), breves sobre literatura, cotizaciones de bolsa, el clásico folletín de la prensa decimonónica y en su última plana, anuncios comerciales. Asimismo, en su longeva existencia, prestará atención a los conflictos internacionales y especialmente en los que España estará involucrada, como las guerras coloniales de fin de siglo en sus posesiones de ultramar o en las africanas del primer tercio del siglo veinte, adoptando siempre un ideario belicista. Insertará también algunos grabados, como retratos, mapas y croquis y, más tarde, fotografías.
En 1888 La correspondencia militar propugnará doctrinalmente la creación de un “partido militar”; en 1891 llegará a pedir la intervención del ejército en la defensa de lo que consideraba “intereses sagrados de la patria”, y dos años después incidirá en la creación de un “partido nacional” que descansara en el ejército, llegando a conmemorar anualmente el golpe del general Pavía de 1874, manteniendo así el espíritu del pronunciamiento militar y secular español.
También, desde finales de 1888 había recaído sobre los miembros de las instituciones militares la prohibición de fundar o dirigir periódicos o de ser redactores de los de carácter político, aspecto que contrastará con la presencia de militares de alta graduación en los cuerpos legislativos o en cargos ministeriales. Ello tampoco fue óbice para que continuaran publicándose este tipo de publicaciones y que militares intervinieran directamente en su edición, a veces con sus propios nombres, otras utilizando seudónimos o en la sombra.
Durante todo el año 1896 publica el suplemento Militares y paisanos, que aparecía cada domingo, con un carácter ilustrado y festivo de ocho páginas, cuya cabecera también forma parte de esta Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. A principios del siglo veinte era ya director de La correspondencia militar Evaristo Romero y Correa, y redactor jefe, Jaime Montero, siendo sustituido éste por Clodoaldo Piñal, que utilizará el seudónimo Telmo Guerra en las páginas del diario. Pero su inspirador y director en la sombra será el comandante de Caballería Julio Amado, que aparecerá, sin embargo, como gerente.
Tal como señalan Seoane y Saiz, aunque genéricamente se propugnaba como antipartidista, La correspondencia militar influirá de forma decisiva como periódico de “opinión militar” en las políticas gubernamentales, especialmente en las de los ministerios de Guerra y Marina. Tampoco dejará de inclinarse por una u otra opción política en el sistema de turno de partidos, y durante la última década del siglo y primeros años de la nueva centuria, el diario, que ya había virado hacia un posicionamiento político moderado, sintonizará con el Partido Conservador y sus principales líderes, Antonio Cánovas del Castillo y Francisco Sivela, y aunque en 1903 será antimaurista y muestre su animadversión hacia el liberal Eugenio Montero Ríos, llegará a aplaudir, sin embargo, el anticlericalismo de un Canalejas.
Fue firme defensor de la Ley de Jurisdicciones, impulsada con el apoyo del rey por Segismundo Moret, como reacción al caso de la revista satírica catalanista Cut-Cut (1902-1912), que supuso un recorte de las libertades de expresión durante su vigencia (1906-1931). Durante la primera guerra mundial (1914-1918), con una tirada que había alcanzado los dieciséis mil ejemplares, será el diario español más abiertamente germanófilo, y a partir de 1917 se convertirá en órgano oficial del movimiento sindical, político y militar conocido como Juntas de Defensa. Ya con una tirada que había descendido de forma considerable, será también el más entusiasta defensor del golpe militar del general Primo de Rivera y el que más lamente la caída de su dictadura (1923-1930). Durante la misma, el diario no se publicará desde el 27 de agosto de 1924 al 16 de mayo de 1925, desconociéndose los motivos de tal suspensión, aunque probablemente lo fueron de carácter económico. Cuando reanuda lo que considera el propio periódico la tercera etapa de su vida, lo hace con la ayuda financiera del banquero Juan March, probablemente a instancias del propio monarca, siendo a partir de entonces propiedad de la Sociedad Anónima de Publicaciones Periódicas, cuyo presidente de su consejo de administración será el general de división Julio Rodríguez Mourelo, y perteneciendo al mismo el marqués de Vega Retortillo (como vicepresidente), el duque de Bivona y Juan Romero Araoz; y como consejero delegado y responsable de la edición del periódico, el ya citado comandante Julio Amado, aunque aparecerá como su director Miguel María Fragoso.
Por dificultades con toda probabilidad económicas, el nueve de noviembre de 1928 absorbe a El ejército español, otro diario que desde el dos de enero de 1888 venía publicándose como “defensor de los intereses militares”, pero desde una posición liberal avanzada, afín al fusionismo sagastino, y con el que había competido en las aspiraciones de erigirse como órgano de opinión política de los intereses militares, habiendo mantenido posiciones corporativas enfrentadas durante el gobierno de Segismundo Moret (1909-1910), cuando La correspondencia militar defiende la promoción por antigüedad contra los ascensos por méritos profesionales. El título absorbido también forma parte de la colección de la Biblioteca Nacional de España.
Cuando sea proclamada la II República española, el diario la combatirá ferozmente, al tiempo que es adquirido por un consorcio que representará los intereses de los militares que deciden pasar a la reserva acogiéndose a una de las primeras medidas reformadoras del ejército emprendidas por Manuel Azaña como ministro de la Guerra, a las que atacará duramente, siendo su nuevo director, Emilio Rodríguez Tarduchy, un teniente coronel retirado y fiel a la dictadura primoriverista y a la monarquía. Acusado el periódico de embuchar hojas sediciosas en los ejemplares que enviaba a las posesiones españolas en el norte de África, es multado y suspendido desde el 23 de septiembre de 1931 al 18 de enero de 1932. De nuevo quedará afectado por la ley aprobada por las Cortes en marzo de 1932 que prohibió la existencia de la prensa de carácter político-militar, y el día 26 de ese mismo mes, y después de 56 años de vida, publicó su último número. Tres días después aparecerá en su lugar La correspondencia, sin el adjetivo militar, con nueva secuencia, y con un editorial en su primera página titulado: “Somos los mismos con las mismas ideas”. Este título también forma parte de la Hemeroteca Digital de la BNE.